jueves, 1 de abril de 2010

Abogado del diablo

Amós 3:2

“A vosotros sólo os he escogido”.

Esto es una reflexión para los que se sienten incómodos con la doctrina de la elección. Implícitamente el Señor ha dicho: A ustedes los he elegido y a las demás naciones las he ignorado. Así como suena. La doctrina de la elección en el NT, especialmente desarrollada por Pablo, sistematizada por Agustín y popularizada por Calvino, tiene sus raíces en el AT y la historia de la revelación de la salvación con el pueblo de Israel. Mientras se hacía la historia del mundo Jehová trataba con Israel y a las otras naciones las dejaba andar en sus propios caminos (Hechos 14: 16; 17: 30). ¿Le parece eso injusto y falta de amor?

Sin embargo, Israel en comparación con muchas naciones ha sido geográfica y numéricamente un pueblo pequeño. ¿No hubiera sido mejor, dice usted, haber escogido un pueblo que tuviera más gente como India o China? ¿Por qué escoger tan pocos y dejar abandonados por siglos y milenios en sus tinieblas y pecados a la inmensa mayoría?

Dios por razones justas así ha obrado y yo estoy conforme con su decisión. No defienda a los que no creen, porque no solamente aquellos pueblos no se merecían nada sino que además preferían a sus ídolos antes que a Jehová. Es evidente que Dios no estaba apurado por salvar el mundo y obraba sin prisa hasta “el cumplimiento del tiempo que envió a su Hijo” (Gálatas 4: 4). No le concedió el privilegio de la salvación a todos y por eso se ve en la evangelización que “no es de todos la fe” (2 Tesalonicenses. 3: 2). La doctrina de la elección particular no se revela de modo filosófico sino como un acto de Dios, y con gusto podemos decir "Sí Padre porque así te agradó" (Lucas. 10: 21). Y sin controversia, “la salvación viene por medio de los judíos” (Juan. 4: 22); es semita y por extensión hebrea e israelita, de los profetas y Jesucristo.

Y si a alguno no le parece bien que elija quién se ha de salvar, judío o gentil, porque no lo entiende, no está de acuerdo y cree que es injusticia, tiene que enfrentarse al apóstol Pablo, quien le responde que no tiene derecho a protestar, porque Dios es dueño de sus actos y hace con lo suyo, esto es, con su gracia, misericordia y placer, lo que quiere; porque tiene para eso “capacidad, privilegio, potestad y libertad” (Romanos. 9: 21).

Si usted, para oponerse me cita que también la Biblia dice: “Dios no quiere que ninguno se pierda sino que todos procedan al arrepentimiento” o “de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito para que todo aquel que en él cree no se pierda sino tenga vida eterna”, me daría cuenta que usted necesita un poco de ayuda en lo que se llama hermenéutica o exégesis bíblica.

Para mí, lo que sería raro, es que Dios salvara sin arrepentimiento, con la gracia común, sin forzarlos a entrar, sin la violencia de la misericordia electiva, y que usted defendiera a quienes no desean creer, siendo abogado del diablo, porque sus clientes no aman la verdad y la contradicen todo lo que pueden, no desean ir al cielo, no quieren la compañía de muchos millares de ángeles ni de los espíritus de los justos hechos perfectos, aman la gloria de este mundo y no la de Dios y no sólo hacen cosas dignas del infierno sino que las consienten en los que las hacen, y las disfrutan (Romanos 1:32).

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