miércoles, 14 de abril de 2010

Elegido en preferencia a otros, me deja sin palabras

“…elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu…” (1 Pedro 1:1-2).

Si usted es de los que les horroriza la doctrina de la elección eterna, que Dios desde la eternidad haya determinado a quiénes habría de salvar, siéntese un rato conmigo que si me deja pasar le traigo algunos conocidos suyos que pueden quitarle cualquier furia anti calvinista que posea su noble pecho. Ellos le ayudarán a deponer la opinión que la elección la inventó Agustín o Calvino porque mis nobles amigos vivieron antes que esos dos.

Uno de ellos se llama Juan, el discípulo amado que se recostaba sobre el pecho de Jesús y quien escribió que “Dios es amor” y que usted cita como contrincante del apóstol Pablo que dijo que Dios amaba a Jacob y aborrecía a Esaú. Pues Juan que ministró en Éfeso y Asia Menor, menciona un par de veces la perseverancia de los santos (hermana de la predestinación), y se refiere a la iglesia como “la Señora elegida”. Si usted piensa que se trata de una dama en particular, da lo mismo, ella es elegida (2Juan 1:1).

El segundo compañero que quiero que hable con usted se llama Santiago, uno de los apóstoles de la circuncisión con Pedro y Juan. Santiago predicó esa doctrina en Jerusalén y Siria, y siendo una gran columna allí dijo que a “los pobres escogió Dios” (Sgo. 2:5). Es cierto que su mensaje es más judío que el de Pablo pero con todo, concordaban en llamar a los salvos, escogidos.

Y Pedro que predicó supuestamente en Babilonia y el Este, y se dirigió a los judíos del Ponto y a las iglesias dispersas en Galacia y Capadocia, dijo que fuimos “escogidos según la presciencia de Dios” y excúsele la palabra griega “prognosis’’, que yo le aclaro que quiere decir presciencia que es más o menos lo mismo que predestinación; y se usa en 1Pe. 1:20 (proginosco) en relación con Jesucristo.

Y el otro amigo es Judas, el hermano de Santiago el Menor, obispo de Jerusalén, que si lo deja pasar a su entendimiento también tiene que decir algo sobre aquellos de los cuales usted se preocupa tanto, es decir, los que no son elegidos. Dice que desde la antigüedad fueron escritos para la condenación, tápese los oídos si quiere pero a él no le enseñó el llamamiento eficaz y la doble predestinación Juan Calvino sino Jesucristo, y eso enseñaba en la primera Iglesia Cristiana del Mundo, en Jerusalén, “porque ciertos hombres han entrado encubiertamente, los cuales desde antes fueron ordenados para esta condenación, hombres impíos, que cambian la gracia de nuestro Dios en libertinaje, negando al único Señor Dios, y a nuestro Señor Jesucristo” (Judas 1:4). Ordenados quiere decir en griego “inscriptos previamente” en el libro de los condenados. Ya sus nombres estaban en el libro de la muerte, y daban testimonio de ello sus obras que se lo merecían.

Yo también pude estar escrito ahí y si no lo estoy es porque Dios no quiso ponerme. Fijó sus ojos en mí y dijo: “a ése bórralo del libro de condenación y escríbelo en el libro de la vida”; y me sacó afuera. Cuando en el principio los destinos de todos se supieron, el mío lo cambió y lo hizo nuevo. ¿Cree usted que ahora, que estoy lleno de agradecimiento, voy a defender a los que no quitó del libro de condenación? ¿Me voy a erigir en abogado defensor de los derechos de ellos? Si lo hago, pienso que merezco que me vuelvan a poner allí, por osado y malagradecido. Yo jamás cambiaría el divino decreto de la elección eterna por mi ladino (taimado) libre albedrío. Si no fuera por elección nunca me hubiera salvado.

Somos salvados, sí, pero por elección divina, porque Dios en su misericordia decretó nuestra elección antes de crear el mundo porque dice que “según nos escogió en él antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos” (Ef.1:4-6). De modo que si nuestra salvación en Cristo es antes de la fundación del mundo es mucho más segura que toda la creación; porque el decreto de elección es antes del de Creación.

Todas las doctrinas de la salvación, que son las que salen de la persona y obra de Cristo, me fascinan, me asombran, me emocionan y me llenan de gratitud: Mi justificación, mi expiación y redención; mi regeneración, mi arrepentimiento y mi fe, mi bautismo. Todas ellas existieron para hacer posible mi elección eterna.

Pero cuando pienso que Dios me haya escogido desde antes que todos los mundos vinieran a existir, que Dios pensó en salvarme a mí antes de pensar en hacer el sol, la luna, los ríos, los montes, que pensó en mí cuando engendró al Hijo Unigénito, tiemblo. Y si pienso cuando se formaba para salvación la Eterna Trinidad y se distribuían sus respectivos ministerios de gracia, y se me colocaba en el tiempo que habría de nacer, se seleccionaban mis padres, mis amigos, mi educación, mi iglesia, mi pastor, y el día en que me llamaría a la fe en Cristo en preferencia a otros que siguieron sordos, enmudezco de asombro y me deja sin palabras.

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